viernes, 9 de mayo de 2008

“Pelear por cada gota de agua o morir, ese es el desafío que enfrenta China"



Aguas amargas

Se avecina una crisis en el centro de China septentrional ya que su recurso vital, el Río Amarillo, sucumbe ante la contaminación y la explotación excesiva.

No ha caído una gota de lluvia en meses, y las únicas nubes que hay provienen de las tormentas de arena que azotan el desierto. Pero conforme el Río Amarillo serpentea por el árido paisaje del centro de China–desde la meseta tibetana hasta el Mar de Bo Hai–, del Río Amarillo, ha sobrevivido durante más de dos mil años, cuando el emperador Qin envió a un ejército de campesinos para construir canales y sembrar cultivos para los soldados que montaban guardia en la Gran Muralla. En la actualidad, Shen Xuexiang trata de continuar esa tradición agrícola. Atraído a ese lugar hace tres decenios por el abasto de agua aparentemente ilimitado, este agricultor de 55 años cultiva maizales situados entre las ruinas de la Gran Muralla y las cenagosas aguas del Río Amarillo. Desde la orilla de un canal de riego, Shen mira el extenso terreno verde y se maravilla ante la fuerza del río: “Siempre pensé que este era el lugar más hermoso bajo el cielo”.

Pero este paraíso terrenal está desapareciendo rápidamente. La proliferación de fábricas, granjas y ciudades, consecuencia del espectacular auge económico de China, está agotando los recursos del Río Amarillo y extrayéndole, literalmente, hasta la última gota. La poca agua que no se usa y que queda en el río está contaminada.

Desde la orilla del canal, Shen señala hacia otra explosión surrealista de color: los residuos químicos, rojos como la sangre, salen a borbotones por un tubo de desagüe y transforma el agua en un líquido de color púrpura estridente. La mortal contaminación procede de la falange de fábricas farmacéuticas y químicas ubicadas río arriba de los campos de Shen, en Shizuishan, considerada hoy una de las ciudades más contaminadas del mundo. “Nos estamos envenenando poco a poco –lamenta Shen, temblando de enojo–. ¿Cómo pueden permitir que le suceda esto al Río Madre de China?”.

Pocas vías fluviales capturan el alma de una nación de manera más profunda que el Río Amarillo o Huang, como se le conoce en China. Desde su nacimiento místico en la altiplanicie tibetana a una altitud aproximada de cuatro mil trescientos metros, se precipita por las planicies. Pero en la actualidad, lo que los chinos llaman el Río Madre muere. Manchado por la contaminación, abarrotado con presas mal diseñadas y contaminado por las aguas negras, el Río Amarillo, en su desembocadura, mengua a un hilito de agua sin vida. Durante la década de los noventa hubo muchos días en que no logró llegar al mar.

La difícil situación del Río Amarillo también ilumina el lado oscuro del milagro económico de China, una crisis ecológica que ha provocado la escasez del único recurso sin el cual no puede vivir ninguna nación: el agua. El vital líquido siempre ha sido un bien preciado en China, un país que posee aproximadamente la misma cantidad de agua que EUA, pero con una población casi cinco veces mayor.

La escasez es especialmente aguda en el árido norte, donde casi la mitad de la población china vive con sólo 15% del agua. El calentamiento del planeta está propiciando
el repliegue de los glaciares que abastecen de agua a los principales ríos de China, incluso mientras acelera la creciente desertificación que en la actualidad devora más de 300000 hectáreas de praderas al año.

En su carrera por convertirse en la próxima superpotencia del mundo, China no sólo vacía sus ríos y acuíferos de manera imprudente, sino que también contamina de forma irreversible el agua que queda, tanto, que el Banco Mundial advierte sobre “consecuencias catastróficas para las futuras generaciones”.

Si esto parece exagerado, habría que considerar lo que ya sucede en la cuenca del Río Amarillo. El crecimiento de los desiertos la está reduciendo a un depósito de polvo, lo que puede disminuir la producción de cereales y provocar que millones de “refugiados ambientales” dejen su tierra. Como declarara el primer ministro Wen Jiabao, la escasez de agua potable amenaza “la supervivencia de la nación china”.

Para salvar a sus grandes ríos, Pekín está efectuando una especie de danza de la lluvia tecnológica a través del programa de siembra de nubes más ambicioso del mundo. Durante los meses de verano, artillería y aviones bombardean las nubes sobre el área del nacimiento del Río Amarillo con cristales de yoduro de plata, en torno a los cuales puede acumularse humedad y volverse lo suficientemente pesada para que se precipite en forma de lluvia. Sin embargo, los tibetanos de la localidad creen que los cohetes –al enfurecer a los dioses una vez más– están perpetuando la sequía.

.Wang Shucheng, ex secretario de recursos hidráulicos de China, planteó la situación de manera dramática: “Pelear por cada gota de agua o morir, ese es el desafío que enfrenta China”.

Los más de cuatro mil millones de toneladas de aguas residuales vertidas anualmente en el Río Amarillo, que representan 10 % del total de su volumen, han causado la extinción de un tercio de las especies nativas del río e inhabilitado secciones para la irrigación. Y ahora nos enteraremos de cómo ha afectado a los seres humanos. En un informe de 2007, el Ministro de Salud de China culpaba a la contaminación atmosférica y del agua por el alarmante aumento en los casos de cáncer en todo el país desde 2005; 19 % en las áreas urbanas y 23 % en el campo. Casi dos tercios de la población rural de China, más de quinientos millones de personas, usan agua contaminada por aguas negras o residuos industriales. No sorprende que el cáncer gastrointestinal en la actualidad sea la causa de muerte número uno en el campo.

La omnipresencia de la enfermedad causada por la contaminación hace que los habitantes del pueblo sean menos optimistas en Xiaojiadian, que vivan con temor y vergüenza. El temor es comprensible: el año pasado se diagnosticaron 16 casos más de cáncer en el pueblo. Sin embargo, la vergüenza tiene un origen más antiguo, muchos de ellos creen que el padecimiento se debe a un desequilibrio del chi, o fuerza vital, que se dice se presenta con más frecuencia en quienes no son buenas personas o se enojan con facilidad. Al igual que la mayoría de las víctimas, Xiao sufrió en silencio en su casa durante un año, ocultando sus síntomas, incluso al médico local. Aun así, Xiao es uno de los pocos dispuestos a expresar su opinión. “Si no hablamos, no se hace nada”, dice con voz áspera, escupiendo flemas en una taza de plástico. Hace poco, el gobierno construyó un nuevo pozo a 18 kilómetros de distancia y envió equipos de médicos. Pero Xiao afirma que los funcionarios podrían no haber prestado atención a Xiaojiadian de no haber sido porque uno de sus habitantes le informó la situación a un reportero de un canal de televisión china, dos años antes. Ahora Xiao sólo tiene un pesar: haberse tardado tanto para decir lo que pensaba. “Podría haberme salvado”, agrega.

“Quizá el efecto de una sola persona sea pequeño –afirma Zhao–. Pero cuando se combina con el de otros, el poder puede ser enorme”.

Fuente: http://ngenespanol.com/2008/04/30/aguas-amargas/

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